domingo, 31 de julio de 2011

Crimen y Castigo

Ayer mismo finalicé la lectura de una de las obras magnas de la literatura rusa; se trata nada más y nada menos que de Crimen y Castigo. La novela de Fiodor Dostoievsky se sitúa en plena Rusia zarista, a finales del siglo XIX y nos ofrece una detallada descripción  de la vida de las clases bajas en el San Petersburgo de aquel entonces.
El ex-estudiante de derecho Rodión Románovich Raskólnikov se ve impulsado al asesinato de una vieja usurera y su hermana con el posterior arrepentimiento y sus reiterados intentos de justificar su acción (intentos que fracasan una y otra vez, pues el asesino terminará confesando y aceptando su castigo con total sumisión). Además, la aventura psicológica de Raskólnikov se verá interrumpida en diversas ocasiones por la de una familia que vive en la total indigencia (el cabeza de familia es un funcionario alcohólico, su esposa tiene que cuidar de tres niños pequeños y sufre de tisis, y la hija mayor ejerce la prostitución).
Este ambiente de padecimientos y de miseria es el telón de fondo de la obra, en la que destaca el desarrollo psicológico de los personajes (sobre todo del principal), así como sus reflexiones por encima de la acción, que es casi nula. El espacio en el que se desarrolla la novela es también muy reducido: varios bloques de apartamentos, la plaza Sennaia  el río Nevá son los marcos fundamentales donde se mueven los personajes.
            Cartel de la película Crimen y Castigo del año 1935, adaptación cinematográfica de la novela de Dostoievsky.

La relevancia de esta novela ha sido tanta que desde su publicación ha sido adaptada a otros medios, como son el cómic (novela gráfica) y el cine. Crimen y Castigo nos muestra las consecuencias del crimen y los límites de la libertad del ser humano, así como el ambiente en el que se desenvuelve una clase social de una época y un país concretos.

                                                            Portada del manga Crimen y Castigo, de Osamu Tezuka.

viernes, 22 de julio de 2011

En el invierno aquel

En el invierno aquel, tan frío... un mar de árboles me abraza susurrando nanas tristes. Los cendales de nieve juegan a las escondidas entre las piedras. Yo dejé mi soledad en un páramo blanco y corrí hasta que mi voz se tornó líquida; tras las montañas reza un espíritu: "Estías muertos, ¿lo sabíais?"
Sólo yo puedo escucharlo, pero mi garganta muda no responde. Extrañamente, mis piernas no se mueven y se cierne sobre mí un remolino de nubes de sueños. Se me han secado las lágrimas; hace tanto frío.
Un dragón de hielo sospecha: encoge sus alas y se echa a dormir en lo alto de la montaña. Los puntos de luz que revolotean aquí y allá me persiguen. El fantasma de voz profunda vuelve a hablarme.
"Estáis muertos antes de venir aquí, cuando os sentábais con vuestra soledad en los pasillos".
El eco repite sus palabras cien veces. Caigo al suelo porque mis pies ya no soportan el peso de mi cuerpo y allí voy desapareciendo consumida por el feroz invierno...

miércoles, 6 de julio de 2011

Intensidad y altura, por César Vallejo

Me veo casi obligada a dejar hoy aquí este poema del gran Vallejo porque fue éste y no otro el que tuve que comentar ayer en el examen. En él, el poeta peruano nos habla de la imposibilidad de la comunicación a través de la poesía, de la frustración y la impotencia que eso conlleva. Al final, no le queda más remedio que resignarse, pues no puede conseguir la intensidad y la altura que desea.

Quiero escribir, pero me sale espuma,
quiero decir muchísimo y me atollo;
no hay cifra hablada que no sea suma,
no hay pirámide escrita, sin cogollo.
Quiero escribir, pero me siento puma;
quiero laurearme, pero me encebollo.
No hay toz hablada, que no llegue a bruma,
no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.
Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,
carne de llanto, fruta de gemido,
nuestra alma melancólica en conserva.
Vámonos! Vámonos! Estoy herido;
vámonos a beber lo ya bebido,
vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.