sábado, 30 de abril de 2011

Memoria

Todos los abriles me acuerdo de algún muerto
y por alguna razón que desconozco, se me cae el alma.
¡Pero qué sería sin ellos de mis tristes eternas lluvias!
Se empañarían los cristales con el vapor de la memoria.
Ya no sé qué es esta melancolía de tumba que flota en las nubes;
podría apaciguarla con unos versos negros
o dejarla crecer y trenzar sus cabellos rotos.
Es que mis pensamientos están cavando otra vez zanjas profundas.
¡Qué aburrido y qué tímido es el mundo!
¡Y cómo perduran en él los cadáveres de antaño!
Cuánto nos cuesta olvidarnos de las entrañas podridas,
de los deseos amargos y el sol de la primavera.
Por eso, yo recuerdo a los retoños de la tierra,
a sus hijos pródigos de voz de hierro.
¿Quién si no iba a acordarse de los muertos?

                                                 (Fotografía de Man Ray)

miércoles, 27 de abril de 2011

Y la muerte no tendrá dominio, por Dylan Thomas

Y la muerte no tendrá dominio.
Muerto es desnudo, todos serán uno
Con el hombre en el viento y la luna occidental;
Cuando sus huesos estén limpios
Y limpios sus huesos se hayan ido,
Tendrán estrellas en los codos y pies;
Aunque vayan locos serán cuerdos,
Aunque se hundan en el mar se elevarán,
Aunque se pierdan los amantes el amor no,
Y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.
Bajo las vanas corrientes del océano
Ellos yacen a lo largo sin morir en vano,
Torciéndose cuando los nervios acechan,
Atados a una rueda, ellos no se quebrarán;
La fe en sus manos nunca se romperá,
Y el unicornio correrá entre los males;
Separando todo jamás se desarmarán;
Y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.
Las gaviotas ya nunca clamarán en sus oídos,
Ni las olas romperán sonoras sobre la costa;
Cuando brote un capullo la flor no alzará
La cabeza a los golpes de la tormenta;
Aunque sean dementes y muertos como clavos,
Líderes de los martillados entre margaritas;
Descansando al sol hasta que el sol descanse,
Y la muerte no tendrá dominio.

domingo, 24 de abril de 2011

Reloj

El tiempo no existe.
Sólo un absurdo invento para controlarlo
adecuadaMENTE.

















Imagen: detalle de la persistencia de la memoria, por Salvador Dalí.

jueves, 21 de abril de 2011

Romance

Señorito estrafalario,
vestido de traje nuevo,
que ya la luna ha salido
¿dónde vais sin el sombrero?
Bajo la luz del martirio
caen llantos y requiebros
y vuestro amable lacayo
os llena el vaso de cieno.
Que la noche ya está blanca
y tienen los búhos sueño,
y tras el castillo negro
sale un pegaso de fuego,
engalanado de seda
de su ardiente sonajero.
"Mirad si viene enemigo
a lo largo del sendero,
que no descubra por Dios
este milagro tan cierto".
Un mensajero se marcha
veloz por camino ciego
pero detiene su paso
una escalinata al cielo.
"Hipérbole, construcción,
déjame que prisa llevo!"
Y al otro lado del muro
está inquieto el caballero.
Mientras el caballo alado
mira compasivo el suelo
y escribe con las pezuñas
un romance prisionero.
"¿Qué quieres, ser tenebroso?
Ya no me quedan más ruegos,
he llorado tinta y sangre
para volverte tu anhelo".
Encabritóse el animal,
tornándose en león fiero,
habla con áspera voz:
"tú no tienes lo que quiero".
Desesperado el galán,
se ata una soga al cuello...
despierta en la húmeda cama
sin saber si fue un sueño.

















(Imagen: el caballero, la muerte y el diablo, por Alberto Durero)

martes, 19 de abril de 2011

Musicalia

Una cascada de corcheas se desliza;
hay un corazón perdido por el llanto
Y no sé si por los pájaros esta melodía va soñando
o es la inspiración que se me escapa a veces
    y vuela    con alas    de cristal.
O es un verso amargo vestido de blanco luto
o es la pintura gris de un día de nubes.
¿Y será cielo, suelo, anhelo?

Una cascada de violín que se desliza
por un tenue camino hacia el vacío.
¿Adónde vas, prisionero?
Pentagrama curvilíneo de ciegas emociones
¿o es una vereda de verde frescura hierba?
¿O es el pañuelo púrpura de una muchacha?
O quizás es miedo, cielo y beso.
O mi vida que se escapa en un silbido.

sábado, 16 de abril de 2011

El demente


Traspasó el umbral de la puerta con cautela, temiendo destrozar la frágil armonía cuántica que imperaba en la habitación. Observó cada detalle, deleitándose en ellos casi con un ansia erótica; la forma en que la silla se acercaba a la mesa, sus patas rectas que se clavaban en el suelo y se reflejaban en él creando una serie infinita de sillas multiplicadas, la escalera que se enroscaba hasta el techo y no llegaba a ninguna parte porque no dejaba de girar en espirales concéntricas, la cama que hibernaba como un monstruo gigantesco e inmóvil, el tenue rayo solar que se filtraba a través de la ventana ovalada, como un espejo, y se descomponía en cientos, miles, millones de colores muchos de ellos aún desconocidos por el ser humano. Todo eso suponía para él un gran placer espiritual incomparable. Saboreó su libertad recién adquirida y se sintió flotar en una nebulosa de seda y  algodón. Jamás, se dijo, volverían a encerrarlo voluntariamente en la estrechez de ese maldito cubículo tridimensional. Esas paredes blancas, mullidas, silenciosas, lo desconcertaban sobremanera. Su mirada en esos momentos se volvía de acero y gruñía preso de una enfermedad extraña que sólo surgía en él cuando lo maniataban de ese modo. A veces el doctor Reihmann iba a visitarlo y le hacía preguntas absurdas sobre su estado de ánimo que él se negaba a contestar. Luego evaluaba sus ojos y negaba con la cabeza, tras lo cual volvía a abandonarlo a su suerte. Pero ahora por fin había escapado de esa lenta tortura y era libre para contemplar con  todos sus sentidos (que eran algunos más que los que todas las personas tienen) la eficacia y precisión con que estaba construido el universo pues, como se detallará a continuación, él veía el mundo de modo muy distinto a como todos lo hacemos.
Era plenamente consciente de que él era uno de los pocos que sabían apreciar las sutilezas  de las líneas rectas, el modo en que se expandían en el espacio hasta encontrarse en un punto que sólo él podía ver- siempre ha sido mentira eso que nos han contado sobre que dos líneas paralelas no podrían jamás cruzarse, y él lo sabía. Y admiraba la conformación agusanada de una línea curva, o de varias, que se movían en su mente como serpientes. Para él el mundo era totalmente matemático, pero también geométricamente imposible. Y también era consciente de que su modo de apreciar el universo era el verdadero, el único. Que todos los demás estamos  engañados y que por eso nuestra arquitectura es las más de las veces tan aburrida y monótona, pues no sabemos sacar partido de las formas . Presentó una propuesta y todos lo tomaron por loco o por un visionario, y los que lo consideraron esto último decidieron silenciar su concepción abstractísima e imaginaria porque no querían que saliera a la luz tamaña obra que cambiaría todo lo que conocemos. Desesperado, acudió a las ciencias alternativas donde tampoco encontró el apoyo necesario. Entró en un círculo de enervante ensimismamiento del que no era capaz de salir; tan sólo una larga contemplación de los objetos en su estado natural podía devolverle la salud. Entonces vino a verlo por primera vez el doctor Reihmann, con quien mantuvo una larga y distanciada charla (no era necesario darle demasiados detalles a un hombre en quien no sabía si podía o no confiar) tras la cual le sugirió amablemente que lo acompañara porque le enseñaría un nuevo lugar en que desarrollar sus investigaciones. Esperanzado, lo siguió y se encontró la trampa mortal en que lo mantuvieron preso durante tres eternos años.
Allí, entre esas cuatro paredes acolchadas, se encontraba su pesadilla: nada más y nada menos que un mundo cuadrado, predeterminado, vacío. Era como si lo hubiesen condenado a vivir perpetuamente en la nada. No podía observar la delicadeza de las formas, la simpleza de las ecuaciones que sugerían los ángulos de las puertas abiertas, los barrotes entrelazados de las barandas de los balcones porque, sencillamente, en esa monstruosa habitación no había nada. Sufrió en silencio aquel odioso entorno que le había sido otorgado hasta que se percató de que su mente comenzaba a anquilosarse. Se estaban deteniendo lentamente los impulsos eléctricos de sus neuronas por la falta de ejercicio cerebral, así que trató de volver a activar el movimiento tratando de imaginar el mundo rico y variado que había dejado atrás. Pasaba así horas y horas con los ojos cerrados, susurrando entre dientes fórmulas de circunferencias, ecuaciones, lo que fuera. En esos momentos de abstracción notaba cómo a veces alguien entraba en la estancia y lo observaba desde la puerta y luego intercambiaba unas palabras con otro, después de lo cual ambos se marchaban. No le importaba qué decían sobre él ni le importunaba siquiera su presencia; en esos deliciosos instantes, volvía a recordar el mundo tal como siempre lo había conocido y olvidaba la áspera situación en que se hallaba. Mas no duraban sus sueños y tarde o temprano siempre tenía que despertar para encontrarse con una realidad cada vez más hiriente. Con el paso del tiempo, su imaginación también comenzó a olvidar la delicadeza de las formas primeras que constituían su gran pasatiempo en medio de tanta soledad hasta que se degradaron del todo y sólo eran recuerdos lejanos apenas perceptibles que cada vez le costaba más vislumbrar en su interior.
Recordar esos arduos momentos hizo que sintiese náuseas. Trató de concentrarse nuevamente en su tarea de redescubrir el universo que ya casi había arrinconado en el olvido por completo. Las líneas le parecían cada vez más sinuosas y seductoras, mucho más de lo que lo eran antes de su reclusión. Poco a poco se atrevió a internarse en aquella estancia mágica y se asomó a la gran ventana oval. Justo frente a donde él se encontraba veía una casa que dependiendo del ángulo desde donde se mirase podía ser a la vez rectangular y romboidal. Admiró el  pórtico con balaustrada curvilínea que ascendía hasta el tejado del edificio mismo y se perdía en la inmensidad del cielo. Unas escaleras guardadas por columnas daban acceso a la casa, pero eran ascendentes a la vez que descendentes, por lo que era imposible entrar en ella. Pensó que allí debían guardarse secretos inimaginables, misterios increíbles y sintió deseo de explorar aquel lugar; cierto era que no podría entrar por la puerta principal por la razón ya mencionada, pero encontraría otra ruta de acceso a través de las ventanas, que estaban a ras del suelo al mismo tiempo que en lo más alto del edificio. Absorto como estaba en sus pensamientos, apenas se percató cuando dos sombras se deslizaron sigilosamente tras él hasta que una de ellas agarró sus manos con tesón y le colocó una camisa de fuerza impidiéndole forcejear. El doctor Reihmann, el otro hombre que se hallaba con el que lo sujetaba, dijo:
-Es usted un loco, pero un loco peligroso, pues posee la verdad en su conjunto.

viernes, 15 de abril de 2011

Epitafio

Hoy se cumplen 73 años de la muerte del gran poeta peruano César Vallejo. Por eso, qué menos que dedicarle al menos unas humildes palabras al creador de Trilce; pero como yo, lo confieso, no soy ni seré jamás la adecuada para tamaña tarea, dejaré que sea el propio escritor quien se alabe a través de este poema, Piedra negra sobre una piedra blanca en el que predijo no muy acertadamente su muerte en París.


Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...